sábado, octubre 03, 2020
Vacas mochileras
(La columna de Quim Monzó en el suplemento dominical del
Periódico de Aragón del 29 de septiembre de 2019)
De entrada parecía buena idea. Hace seis años investigadores
del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria argentino lograron recolectar
las flatulencias de los bovinos. Son animales que liberan pedos tremendos, que
contribuyen de forma espectacular al efecto invernadero. Una vez capturados,
purificados y comprimidos serían biocombustible que se utilizaría como energía
para uso doméstico: luz, neveras, radiadores... Incluso como combustible para
los coches. Uno de los investigadores detalló el rendimiento: “Una vaca emite
alrededor de 300 litros de metano por día, que pueden ser utilizados para poner
en funcionamiento una heladera de 100 litros de capacidad a una temperatura
entre dos y seis grados durante un día completo”. Por si no fuese bastante
beneficio tener una nevera en marcha cada día gracias a una simple vaca,
disminuiría la cantidad de gases nocivos para el medio ambiente.
Tal como repite la FAO, lo ideal
sería que dejáramos de comer carne porque los rumiantes producen el 9% de las
emisiones de gases de efecto invernadero. Desaparecidos los rumiantes de la faz
de la Tierra, ese 9% pasaría a ser cero. Pero dile eso a un carnívoro, sobre
todo si es de Argentina, donde los asados son un orgullo nacional. Por ello
decidieron capturar las ventosidades vacunas con ese sistema de cánulas que van
desde la panza de la bestia hasta una mochila que se sitúa en su lomo. La
conexión se hace con fístulas de 2 milímetros de diámetro, inseridas por
micropunción, con anestesia, para que el animal no sienta dolor. Que ningún
animalista sufra por si esa mochila es pesada y puede acabar por lastimarles la
columna, todo el día con ella de un lado a otro. Es grande, pero tan sólo pesa
500 gramos, infinitamente menos que las pesadísimas mochilas que cargan en sus
espaldas los niños de hoy en día.
Tras seis años de pruebas han
llegado a la conclusión de que el invento es una chorrada. Los del Instituto de
Tecnología Agropecuaria dicen ahora que es una fantasía sin base científica. De
forma que han readaptado el viejo plan y se dedican a medir la cantidad y las
características de los cuescos bovinos en función del clima y del tipo de
alimentación de cada zona del país, a fin de mejorar los pastos y los
suplementos alimentarios para que emitan menos metano. Así mantienen el postureo
sostenible y Argentina puede seguir produciendo sus espléndidos bifes de
chorizo, gracias a Dios sean dadas.