domingo, abril 25, 2021

 

Vivir sin dinero

(Un artículo de Rubén Díaz Caviedes en el confidencial.com del 13 de marzo de 2012. Parece ser que lo de vivir sin dinero es más que una teoría para algunos.)

Tiene 69 años, dos hijos, tres nietos, el pelo cano y la sonrisa generosa. Su niñez estuvo marcada por la II Guerra Mundial –fue una de las refugiadas de la cruenta batalla de Memel– y después se ganó la vida como profesora en República Federal de Alemania. Heidemarie Schwermer, internauta primeriza y según dicen, gran cocinera, sería una abuela germana más de no ser por un particular que adereza su biografía: lleva más de 16 años viviendo sin dinero.

La vida sin el vil metal

Esta lituana de nacimiento fundó en 1994 el primer centro de intercambio solidario de Alemania y dos años después, animada por el éxito de la experiencia, decidió renunciar a todos sus bienes, que repartió entre sus familiares y amigos, y al uso del dinero. Desde entonces es formalmente pobre y una sin techo, pero come –y muy bien– todos los días, escribe libros, concede entrevistas en multitud de países y hasta ha superado problemas de salud sin disponer de seguro médico alguno. Hoy protagoniza el documental Living without moneyViviendo sin dinero–, que ilustra su aventura cotidiana. En él, Schwermer no sólo demuestra que, al menos en su caso, se puede vivir sin efectivo; también que se puede vivir bien y plenamente integrado en la sociedad y aun así, hacerlo sin utilizar dinero.

Esta casi septuagenaria sabe que su batalla real no es contra el capitalismo, la alienación o el consumismo, sino contra el escepticismo. La suya “no es una actitud antisocial”, explicaba la activista en la presentación de su libro Mi vida sin dinero (Ed. Gedisa). Ni siquiera, asegura, se trata de una cruzada contra el capital: “El dinero fue un gran avance para la humanidad, es verdad, y muy útil para el intercambio. Hasta que se convirtió en un valor en sí mismo. Hoy acumularlo es la meta y su posesión mide el valor de la gente: tanto tienes, tanto vales”.

Algo que Heidemarie predicó sin cosechar un gran impacto hasta que un buen día decidió hacer pedagogía con el ejemplo. “Empecé a plantearme si realmente necesitamos tantas cosas y comprar y comprar. Y me convencí de que no, de que son posibles formas de vida que no pasen por el dinero”. Se planteó una experiencia de un año de duración viviendo sin dinero que luego se prolongó a dos, después a tres y finalmente, de forma indefinida. Schwermer descubrió que, en realidad, era más feliz así: “Me gusta mi vida”, afirma con rotundidad. “Escribo, hago cada día lo que me apetece: sencillamente, vivo”.

Heidemarie no es la única activista del sin dinero. El finlandés Tomi Astikainen se dio a conocer gracias a su blog, donde explica cómo viajar sin efectivo, mientras Suelo –pseudónimo del americano Daniel James Shellabarger– renunció al cash en el año 2000 para empezar a promulgar la vida sencilla mediante un apostolado itinerante al estilo de la famosa peregrina de la paz de Estados Unidos.

Uno de los más célebres, no obstante, es el irlandés Mark Boyle, más conocido como El hombre sin dinero. Boyle se convirtió en una pequeña celebridad cuando publicó en 2010 The Moneyless Man: A Year of Freeconomic Living (Ed. Oneworld), en el que documentaba su primer año de vida sin capital incidiendo especialmente en el capítulo alimenticio.

“La pregunta que a la que más me enfrento es: ¿cómo demonios lo haces para comer?”, explica el activista en The Guardian –medio para el que también ha escrito varios artículos–. “La respuesta es sencilla: como de la tierra. La comida es gratis, y además indiscriminadamente. Cuando vas a coger una fruta, un manzano no te pregunta si tienes suficiente dinero; sencillamente se la entrega a cualquiera que quiera una manzana. De los millones de especies del planeta somos la única lo suficientemente despistada como para pensar que se necesita dinero para comer”.

La piedra angular del mensaje de Boyle reside precisamente en el foraging, la libre búsqueda de alimento en la naturaleza. Setas, algas, tubérculos, condimentos, toda suerte de frutas y por supuesto, peces, crustáceos, pájaros o pequeños mamíferos están a disposición de quien quiera cogerlos en ríos, bosques y montañas. Aunque requiere entrenamiento y unos conocimientos básicos –tanto nutricionales como legales– sobre qué puede cogerse y qué no, el foraging gana adeptos en Reino Unido, donde ya tiene su propio gurú y hasta completos recetarios de cocina silvestre.

Para Boyle, no obstante, el foraging no es una moda, sino uno de los cuatro pilares de su concepto de estilo de vida sin dinero; los otros tres son el farming –el cultivo del propio alimento–, el bartering –trueque– y el skiping –la adquisición del alimento que desechan tiendas y mercados–. En la actualidad Boyle trabaja en la puesta en marcha del Freeconomy Village, una comunidad donde los defensores de la vida moneyless pretenden asentarse y darse a conocer a través de un sencillo método: demostrando la viabilidad de su modo de vivir.

En todo caso, Heidemarie Schwermer da por sentado que no todo el mundo puede asumir su estilo de vida, que ella define como una “opción individual” en un mundo que de momento, está montado de manera diferente: “Me han dicho que soy una vaga y una aprovechada. Es injusto. Mi idea es que se pueden hacer cosas, cooperar y trabajar mucho sin que medie el dinero”.

Aun así, Schwermer es una rara avis del activismo del sin dinero. A diferencia de otros enfoques en los que este modo de vida es parte de una filosofía integral que también incluye nociones políticas, ecologistas y en muchos casos, espirituales, la propuesta de esta alemana no pasa por la renuncia a según qué comodidades ni por el sacrificio de un estilo de vida urbano, socialmente integrado y en última instancia, bastante convencional. “No le pido a nadie que haga como yo”, explica. “Simplemente sugiero pensar en lo siguiente: ¿puede usted prescindir de algunas cosas por las que hoy se afana tanto?”.

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domingo, abril 11, 2021

 

La paradoja de Stockdale: cuando el exceso de optimismo puede matarnos

 (Un texto de Sergio Parra en la web xataca.com)

Se nos suele publicitar el optimismo como la panacea para todos nuestros males. Hay que ser optimistas, a toda costa. Afrontar los embates de la vida con optimismo, es lo apropiado. Se venden libros de autoayuda para, presuntamente, fortalecer nuestro optimismo. Incluso existe farmacopea que indirectamente favorece nuestro optimismo.

Pero el optimismo no siempre es bueno. Además de hacernos parecer demasiado ingenuos… en determinadas circunstancias, incluso puede matarnos, como demuestra la paradoja de Stockdale.

El nombre de la paradoja de Stockdale procede del almirante James Stockdale, el prisionero estadounidense de mayor rango de la guerra del Vietnam. Lo mantuvieron cautivo en el “Hanoi Hilton” y lo torturaron repetidamente durante 8 años. El concepto, finalmente, fue popularizado por el escritor Jim Collins en su libro Empresas que sobresalen.

Stockdale explicaba qué clase de prisioneros eran los que más fallecían en Vietnam. Según Stockdale eran los prisioneros más optimistas. Los que no paraban de repetir: “tranquilos, saldremos de aquí, ánimo, en Navidad ya estaremos en casa.” Entonces llegaban las Navidades y la previsión no se cumplía. Pero entonces su previsión saltaba a otra fecha. Tampoco se cumplía. Y llegaban otras Navidades. Y entonces el prisionero, el Señor Positivo, se rendía porque descubría que sus previsiones se incumplían sistemáticamente.

La paradoja de Stockdale pone de manifiesto que es tan importante tener fe en sobrevivir como saber acatar con disciplina los hechos más brutales que se avecinen. De lo contrario, demasiado optimismo puede favorecer que nos decepcionemos con frecuencia, entrando en una especie de montaña rusa emocional, de subidas y bajadas demasiado abruptas, levantando esperanzas y asistiendo a su desplome, una y otra vez, hasta que quemamos hasta la última brizna de optimismo.


jueves, abril 01, 2021

 

Vida salvaje en pleno Berlín

 (Un texto de Juan Carlos Barrena en el Heraldo de Aragón del 22 de agosto de 2015. Y sí, ahora que hemos visto corzos en las calles de Zaragoza por la pandemia, puede parecer menos impresionante. Pero es que esto ocurre con la ciudad en plena vida; no encerrados en casa)

No es raro cruzarse con jabalíes en los parques de la capital alemana. Hay tantos que el Gobierno ha dado licencias urbanas para cazarlos. El año pasado abatieron a mil.

Cruzarse con una piara de jabalíes al amanecer o al anochecer en una calle berlinesa no es algo inusual. Los habitantes de algunos barrios en la ciudad saben que en ese caso hay que guardar distancias si se quiere evitar el ataque de una celosa jabalina que protege a sus jabatos.

La Guardia Forestal de la capital alemana calcula que más de 5.000 jabalíes viven en el término municipal de la metrópoli. Se multiplican de tal manera, que solo el año pasado fueron abatidos más de un millar por los 40 cazadores privilegiados que disponen de una licencia urbana. Cazadores que abatieron también a más de 300 corzos y un centenar de zorros y que deben superar criterios de selección muy estrictos para poder pasearse con una escopeta o un rifle al hombro en un coto lleno de zonas residenciales.

De las 90.000 hectáreas de superficie que tiene Berlín, más de 18.000 están consideradas «zonas relevantes para la caza» por las autoridades municipales, 14.000 son bosque y las 4.000 restantes campo abierto y se encuentran en barrios periféricos como Kopenick o Spandau, pero también en algunos céntricos como Charlottenburg o Wilmersdorf.

La bióloga Milena Stillfried, directora del proyecto de investigación 'Jabalíes en la ciudad' del Instituto Leibniz de Zoología (IZW), reconoce que en algunos barrios se han convertido en una plaga. «Tienen camadas de hasta diez jabatos hasta dos veces al año si el clima es benigno y no falta el alimento», señala la experta, quien considera que su caza sistemática es inevitable si se quiere mantener su población bajo control.

«Sin lobos carecen de enemigos naturales», explica la bióloga, quien destaca que a la búsqueda de alimentos no dudan en tirar cubos de basura o invadir jardines privados, pero también colonias de huertos particulares e incluso cementerios, que frecuentemente dejan arrasados.

Berlín es poco menos que una selva en lo que a fauna salvaje se refiere y las especies adaptadas al medio urbano no hacen sino aumentar. «Muchos animales tienen en esta gran ciudad mejores posibilidades de supervivencia que en el campo, sobre todo porque la oferta alimenticia es ya mejor», asegura Derk Ehlert, comisionado del Senado de Berlín para la fauna salvaje.

El experto explica que algunos animales salvajes como los zorros, ardillas, conejos o jabalíes han aprendido a vivir cerca del hombre y se benefician de él. En parques, bosques, grandes solares vacíos o jardines encuentran numerosos refugios y en muchos casos tienen mejores posibilidades de alimentarse que si vivieran en campo abierto o en grandes bosques a las afueras de la ciudad. Algunos se pasean con sumo desparpajo, como la zorra

de la Cancillería Federal. Una raposa que a primera hora de la mañana o a última de la tarde cruza descaradamente la calle que separa la oficina de Angela Merkel del Reichstag, el Parlamento germano, junto al que se presume como su territorio: el Tiergarten, el gran parque ante la Puerta de Brandeburgo.

Cada árbol con su matrícula. «Berlín es única por su estructura. La ciudad está ordenada en forma de estrella y se ve cruzada por mucho verde, de manera que los animales pueden moverse desde la periferia hasta el mismo centro», subraya Ehlert.

Un verde que no solo se extiende por parques y jardines, públicos y privados, sino también por las propias calles. Con precisión alemana, la Oficina de Medio Ambiente del Senado de Berlín tiene censados 438.000 árboles solo en las calles de la ciudad, una media de 82 por cada kilómetro de carretera urbana. Todos están numerados y llevan una chapa con su matrícula individual.

A estos hay que añadir los que pueblan los más de 2.500 parques y jardines públicos sobre una superficie de 6.500 hectáreas. O los de las 73.000 parcelas de huertos particulares en los que muchos berlineses disfrutan de su tiempo libre cultivando flores, verduras y frutales. Un gigantesco bufé para todo tipo de animales salvajes, sin contar los jardines de las viviendas privadas.

Mas de 150 especies de aves anidan en Berlín, entre ellas tres parejas de águilas pescadoras que buscan su alimento en alguno de los 13 grandes lagos de la ciudad. Pero también otras rapaces como halcones peregrinos, azores, lechuzas y búhos. Garzas, grullas y cormoranes, esos últimos por centenares, pueblan lagos, canales y ríos y compiten con los pescadores a la hora de alimentarse de anguilas, barbas, lucios y carpas.

Derk Ehlert comenta orgulloso que Berlín cuenta también con cerca de un centenar de castores. «Han colonizado lugares tan céntricos como el parque del Tiergarten, ante la Puerta de Brandeburgo, o los jardines del palacio de Charlottenburg», anuncia Dehlert, quien destaca que hace un siglo fueron extinguidos en la región y desde hace 25 años comienzan a repoblar la capital. Llegaron desde la región de Brandeburgo con la caída del muro, y se han convertido en una especie mimada por las autoridades.

Una ciudad verde

Bosques y praderas. Más del 20% de la superficie de Berlín es verde, con bosques, praderas y grandes parques. La capital alemana dispone de 18.000 hectáreas aptas para la caza y la ciudad cuenta con una población de más de 5.000 jabalíes y cientos de corzos y ciervos que viven en libertad. Zorros y hasta castores figuran entre la fauna de Berlín, donde también viven águilas pescadoras, cormoranes y grullas. Han colonizado lugares tan céntricos como el parque del Tiergarten, ante la Puerta de Brandeburgo y al lado del Parlamento alemán, o los jardines del palacio de Charlottenburg.


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