domingo, septiembre 06, 2020

 

‘Wasteland weekend’: el festival más salvaje del mundo


(Un texto de Salvador Bellido en el XLSemanal del 26 de agosto de 2018)

Más de cuarenta grados, sin electricidad y con la ducha más cercana a cuarenta kilómetros. El Wasteland Weekend no es para ‘débiles’, pero miles de fanáticos de ‘Mad Max’ acuden cada año a este encuentro en el desierto de California para celebrar ‘el fin del mundo’.

El Wasteland compite con el festival Burning Man, en Nevada, pero este es menos psicodélico. Aquí manda el rugido de los motores y se imponen las armaduras futuristas.

“Todo me parece un circo. Empiezo a disfrutar. Si sigo, voy a acabar como cualquiera de ellos: loco perdido”. Han pasado 39 años desde que el agente de policía Max Rockatansky (Mel Gibson) sintiese el aroma de la venganza en Mad Max: salvajes de la autopista (1979), la primera de una feroz saga de cine posapocalíptico donde la crueldad, la escasez de gasolina, la anarquía y la destrucción en una tierra inhóspita no deja respiro.

Cierre los ojos, súbase a un Ford Falcon tuneado y viaje hasta una zona desértica a las afueras de California City (Estados Unidos). Allí, en el Wasteland Weekend y durante cinco días -del 26 al 30 de septiembre-, las tribus de Mad Max volverán a juntarse, esta vez para alardear de sus vehículos y artilugios mecánicos y de sus pinturas y disfraces fieles a la estética de los guerreros de la nafta. Este año, los organizadores esperan que a ese terreno baldío del desierto de Mojave acudan cerca de 4000 ‘colgados’ de las distopías.

Las cacerías, persecuciones y violencia gratuita de las películas se sustituyen por ciclos cinematográficos, conciertos de rock sin lirismo, sesiones de DJ, bares y puestos de comida, bailes y performances. Para convertir el posapocalipsis en cultura pop es fundamental la pasión, pero sobre todo el concepto de tribu. En Wasteland, cada grupo monta su campamento y emula por fuera, y también por actitud, a los superhéroes de la saga.

Ver pasar por el arco de entrada réplicas exactas de las motos, los coches y los camiones de Mad Max impresiona. Y ellos se lo creen. Maquillados y ataviados con toda la imaginería de las películas, viven durante más de cien horas como si fuesen los únicos supervivientes de la hecatombe. «No queremos espectadores, queremos participantes», aseguran las normas del evento. Trescientos sesenta grados de negra visión futurista.

El paraíso del reciclaje y el desenfreno. Durante meses, los asistentes preparan con mimo sus vehículos, que no tienen por qué ser los mismos modelos que aparecen en Mad Max u otras cintas distópicas. Hay quien va montado sobre una bicicleta transformada en una máquina para la madre de todas las batallas. Y hay quien coge su Vespa y la cubre de chapas metálicas y rejillas. El festival, tal y como se conoce hoy, comenzó hace siete años. El festival arrancó en 2010, aunque la idea surgió en 2004 de un fan de Mad Max llamado Karol Bartoszynsk. No pudo hacerla realidad hasta que encontró ayuda de la promotora Scarlett Harlott y el guionista Jared Butler. Con el paso del tiempo ha incorporado otra identidad tribal, la del exitoso Fall out, un videojuego de rol que se desarrolla en el siglo XXII, pero que recuerda el ambiente paranoico de un planeta destruido por la tragedia nuclear. Es el único festival donde todos los asistentes, incluido el personal que trabaja en él, deben ir disfrazados de algún personaje de la saga. Se ven muchas máscaras y cornamentas, pero sobre todo mucha piel. El calor puede ser sofocante.

En el recinto, todo se hace de material reciclado, exigencia de su propio punto de partida. el fin del mundo. El dinero tampoco se usa directamente. Para pagar servicios y bebida, se usan chapas de botellas que previamente se han canjeado.

Hasta la llegada del Wasteland Weekend, el Burning Man Festival -espectacular acontecimiento anual que reúne desde hace más de tres décadas a decenas de miles de personas en la ciudad fantasma de Black Rock (Nevada)- era el rey de estos festivales alternativos. Los dos eventos se celebran con una diferencia de veinte días.

En Europa lo más parecido acaba de concluir hace pocas semanas en Idanha-a-Nova, una zona despoblada de la comarca portuguesa de Castelo Branco, a escasos kilómetros de la frontera con el norte de Cáceres. El Boom Festival, que se inició en 1997, intenta imitar el ambiente psicodélico del Burning Man norteamericano.

En unos días, los frikis de Mad Max tomarán la parcela del desierto californiano -que incluye voluntarios, médicos, servicios de seguridad y cabinas de WC- y no precisamente para meditar. Aquí mandan el rugido de los motores, las armas de mentira, los cinturones de balas de ametralladora, las armaduras futuristas y las indumentarias estrafalarias. Evocarán un pasado donde solo los que se adapten a vivir de los desechos tendrán el futuro ganado.

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