domingo, septiembre 07, 2008

 

Superstición y ley absurda

A pesar de haber vivido en Roma durante más de un año, no conocía muchas de las supersticiones de los italianos. Al menos hasta que lei un artículo del 17 de marzo de este año en El Mundo.

Parece ser que
los italianos son enormemente supersticiosos -yo no les veía mucho más que los españoles, la verdad-. Basta ver como las joyerías se forran vendiendo cuernos de oro, plata o coral para colgarse del cuello, ideales para conjurar el mal de ojo; O que en los retrovisores de numerosos coches cuelguen ristras de guindillas, otro poderoso amuleto según la creencia local. Támbien se pueden ver patas de conejo y herraduras de caballo contra la mala suerte colgadas en las puertas, o ver como un amplio surtido de rosarios, velas bendecidas, imágenes de vírgenes, estampitas de santos y demás aparejo religioso se emplean para alejar a los malos espíritus.

Que conste que debía de estar muy ciega, porque yo no me fijé en nada de esto...

Contaba el artículo que, a pesar de esa cultura supersticiosa, los supersticiosos italianos han recibido un duro golpe. Una patada en los huevos, para ser más exactos. Porque una de los más arraigados y supuestamente efectivos conjuros contra la mala suerte fue prohibido a principios de este mismo año, por orden nada menos que del Tribunal Supremo. Este sencillo conjuro es, ni más ni menos, tocarse los genitales para espantar la mala estrella. Para entendernos: la versión italiana del hábito español de cruzar los dedos, sólo que bastante más grotesco.

Y yo pensando que era sencillamente un mal hábito masculino...

Es verdad que eso de que los hombres se toquen sus atributos en público es algo que cada vez está peor visto, pero aún así se sigue practicando. Incluso aunque desde que la nueva ley entró en vigor quien se aventure a hacerlo se arriesga a incurrir en un delito y a ser multado por ello. Esta norma fue una disposición de la sección tercera de la Corte de Cassazione (el más alto tribunal italiano de apelaciones, el equivalente al Tribunal Supremo), sentenciando que toquetearse los machos en público -ya sea por superstición o por motivos fisiológicos- es 'un acto contrario al decoro y a la decencia pública', y que si el interesado se ve en la necesidad de hacerlo debe tener la paciencia de esperar a llegar a casa.

Este dictamen fue la respuesta a una reclamación presentada por un obrero de 42 años de la localidad de Como, cerca de Milán, que el 11 de mayo de 2006 fue condenado por un tribunal de esa localidad tras haber sido pillado in fraganti con la mano sobre el cuerpo del delito. Verbigracia: 'En la vía pública, mientras se tocaba vigorosamente los genitales (por encima de la ropa)', según se consta en la sentencia 8389 del Tribunal Supremo. De nada han servido las alegaciones presentadas por el 'criminal' asegurando que el tocamiento era 'un movimiento compulsivo e involuntario', realizado probablemente para colocarse bien el mono de trabajo'. Ni tampoco ha colado el pretexto de que se había palpado la cosa porque sufría una infección epidérmica y le picaba. Los magistrados del Supremo fueron implacables: le condenaron a pagar una multa de 200 euros además de las costas del juicio (1.000 euros).

Seguramente ha sido la tocada de cojones más cara del mundo

Esta sentencia ha marcado un hito en el particular bestiario del Tribunal Supremo italiano, que en el pasado ya había puesto el listón muy alto tras declarar delito decir frases como '¿Qué coño quieres?' o 'Gorda psicótica' o tirar de las orejas a alguien, además de contemplar como causa legal de despido que la sintonía del móvil de un trabajador incluyera palabrotas y tacos varios.

Lo peor es que los españoles no andamos mejor servidos....

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