(Un texto de Sara
Navas en El País del 6 de julio de 2020)
Ahora que viajar y hospedarse fuera de casa vuelve a ser una
opción en Icon hemos hablado con una quincena de
almas viajeras que rememoran con nosotros los momentos más "tierra trágame", sobrenaturales,
escatológicos, accidentados y delirantes que han vivido dentro
de un hotel. Puede que este no sea el verano
con el que soñábamos hace solo unos meses, por eso viajar al siempre reconfortante pasado
para recordar anécdotas como las detalladas a continuación
puede convertirse en el mejor homenaje que uno puede hacerle
a esta época estival.
Sangre en las sábanas, teléfonos que suenan desenchufados,
chorros de agua sobre la cama y recepcionistas que recomiendan
qué visitar en función del color de piel u orientación sexual son algunas de las
anécdotas que estas quince personas han vivido en un hotel.
"Al salir de la ducha vi unas gotas de sangre en la
alfombrilla de pies que no estaban allí antes. Pensé que me
había hecho algún corte y miré por todo mi cuerpo, pero no
encontré ni un rasguño". Guillermo (escritor, 37 años).
"Hace un par de Navidades le regalé a mi madre un viaje
a Lisboa, que es su ciudad favorita aunque haya algunas más
grandes, exóticas y monumentales a dos horas de avión. La
verdad es que la entiendo. La primera mañana en el hotel, al
salir de la ducha, vi unas gotas de sangre en la alfombrilla
de pies que no estaban allí antes. Lógicamente pensé que me
había hecho algún corte y miré por todo mi cuerpo, pero no
encontré ni un rasguño. Cuando lo comenté con mi madre durante
el desayuno, ella respondió, sorprendida, que se había
encontrado unas gotas de sangre esa mañana en sus sábanas, a
la altura de los tobillos, y había reaccionado igual:
buscando, sin encontrar nada, alguna herida o corte en las
piernas. Esta es la historia y nunca logramos resolverla.
¿Estaba el hotel embrujado por algún espantoso crimen cometido
entre sus paredes? Me hubiera encantado, la verdad, pero las
tres noches que pasamos en él dormimos estupendamente y sin
visiones espectrales, voces de ultratumba ni lámparas
balanceándose. Nunca comentamos nada en la recepción porque
consideramos que nos tomarían por locos, más con la barrera
idiomática con el portugués. Por supuesto que al volver a
España me leí obsesivamente todos los comentarios sobre el
hotel en plataformas vacacionales para ver si a alguien le
había ocurrido lo mismo. No encontré nada: o bien ocurrió a
alguien más pero sienten el mismo reparo que yo al contar algo
tan inexplicable y absurdo o realmente el resto de clientes
solo tienen como recuerdo del lugar la amabilidad del equipo y
su cercanía a la Praça do Rossio".
"Al abrir los armarios se me cayó una balda encima y
me rompí la nariz. ¡Dos meses antes de mi boda me había roto
la nariz!". María (farmacéutica, 60 años). "Hace
casi 40 años, dos o tres meses antes de casarme, tuve que ir a un
congreso en Valladolid. Cuando llegué al hotel me puse a abrir
los armarios y se me calló una balda encima, con tan mala
suerte que me rompió la nariz. En las fotos de la boda y salgo
con una cicatriz enorme que aún tengo a día de hoy".
"Entró en mi habitación una amiga con la boca llena
de espuma blanca gritando sin que pudiera enterarme de lo
que estaba pasando. Salió corriendo a meterse en otras
habitaciones de las que salía segundo después sin dejar de
gritar". Irene (productora audiovisual, 29 años).
"En 2008 fuimos a Mallorca de viaje de fin de curso después de
Selectividad. Éramos muchos y casi ocupábamos una planta
entera del hotel, por lo que prácticamente nos pasábamos el
día con las puertas abiertas como si aquello fuera nuestra
casa. En una de esas, yo estaba tranquilamente en mi
habitación cuando de repente entra una amiga con la boca llena
de espuma blanca -cepillo de dientes en mano- y gritando sin
que pudiera enterarme de lo que estaba pasando. Salió
corriendo a meterse en otras habitaciones de las que salía
segundo después sin dejar de gritar. Fui detrás y cuando
entendía que estaba así por una cucaracha que había en su
habitación le dije que era una exagerada y que ya me encargaba
yo. Le cambió la cara y me dijo que estaba loca, que no
entrara que esa cucaracha ¡volaba!. Entonces me reí y entré en
su cuarto. Nada más pasar me encontré con una cucaracha tan
grande como mi mano y con alas. Cerré la puerta corriendo y me
puse a gritar también. En medio de esa escena llegaron
nuestros amigos que nos miraron como diciendo "chicas..." y
decidieron entrar a matar al bicho. Cerraron la puerta y al
poco empezamos a oir golpes y muebles cayéndose. Para intentar
matar a la cucaracha tiraron el armario al suelo con la
intención de aplastarla y no lo consiguieron. Menos mal que al
rato la cucaracha, que debía estar muerta de aburrimiento,
decidió irse".
"Cuando fui a darme una ducha, me sujeté a una
especie de toallero interno con tan mala suerte que se soltó
de la pared y me caí de cabeza contra la bañera". Pilar
(periodista, 38 años). "Me alojé en un hotelazo en
Bangkok hace como diez años. Todo confort excepto alguna cosa.
Los tailandeses son muy bajos pero sus bañeras son muy altas.
Cuando fui a darme una ducha, me sujeté a una
especie de toallero interno que ponen pegados a la pared, con
tan mala suerte que se soltó de la pared y me caí de cabeza
contra la bañera. El resultado fue una muela rota y un huevo
morado en la frente para el resto del viaje, que era mi luna
de miel. Por suerte, a día de hoy ni más dientes rotos ni
marido. Para rematar, como el bálsamo de tigre que venden allí
se supone que es milagroso para todo, pensé que para el golpe
también pero mezclado con el agua del pelo y chorreando hasta
los ojos no fue buena idea".
"Dos daneses del tamaño de un armario empotrado se
nos abalanzaron y los empleados del hotel tuvieron que
agarrarlos para que no nos matasen". Estanislao (escritor,
43 años). "Sucedió hace tres años. En Conil, Cádiz.
Mi tío y yo, los dos divorciados y con una hija, decidimos ir
una semana al Hotel El Fuerte Conil, buscando lo que este tipo
de alojamientos ofrecen: un club infantil durante todo el día,
con múltiples actividades para los niños, piscinas, y
tranquilidad para los padres. Yo 40 años, él 57. La primera
noche elegimos para cenar la terraza de uno de los
restaurantes. Y a los cinco minutos de estar sentados apareció
el protagonista de nuestra historia. El camarero que teníamos
asignado a nuestra zona. Gaditano, masculino, gallito, de tez
morena, camisa excesivamente remangada, patillas infinitas y
pelo peinado hacia atrás con mucha gomina, con los
característicos caracoles a mitad de cuello. Un personaje en
sí mismo y muy profesional en lo suyo: escaquearse del trabajo
lo que podía y perseguir acercamientos con turistas de género
femenino. Apareció por nuestra mesa. Nos miró a uno y otro y
sonrió. '¿Qué va a ser?', nos preguntó con marcado acento del
sur. 'Para beber nos trae una botella de vino blanco.
Afrutado', le dijo mi tío. Sonrió y asintió, a la vez que
anotaba el pedido. Acababa de confirmar su teoría: estaba ante
dos homosexuales. Desapareció en busca del vino y algo que
pedimos de comer. En su retirada se cruzó con una compañera a
la que piropeó. Taconeó al lado de una mesa y guiñó el ojo a
una guiri que estaba sentada sola. Regresó al rato con el
vino. 'Esos de allí' –señaló con un levantamiento de ceja
hacia una mesa cercana ocupada por dos tíos, de rasgos
nórdicos– 'son de los vuestros'. Comencé a reírme. 'Tienen
buena pinta. Seguro que son unos empotradores de la hostia',
dije por seguir el juego. 'No os preocupéis que El Fali se
encarga del trabajo sucio y os los presenta. Esta noche ligáis
por estas', decía besándose el dedo pulgar varias veces.
Parecía ser que cuando el asunto se ponía serio usaba la
tercera persona. '¿Estás seguro que son de los nuestros,
Fali?', le pregunté. Ya éramos como amigos de toda la vida.
'Mi radar no falla nunca'. Nos quedamos mi tío y yo
descojonándonos de la risa. Para nuestra sorpresa volvió el
hombre-radar seguido de los dos vikingos. 'Ea, aquí están, las
presentaciones las hacéis ustedes', dijo, y me guiñó un ojo.
Eran dos daneses tamaño armario empotrado. Pidieron alcohol
como si fuésemos a beber diez personas. Hablamos, en inglés,
de muchos temas. Y a medida que el alcohol hacía efecto nos
abríamos más y nos contábamos de nuestras vidas. En un momento
dado el más cercano a mí me puso su mano en mi pierna y se
acercó a darme un beso. Me levanté como un resorte, tratando
de explicarle el malentendido, en inglés macarrónico y con la
lengua pastosa. No se lo tomó bien. Pegó un puñetazo en la
mesa y comenzó a gritar palabras en su idioma. Aparecieron
empleados del hotel y tuvieron que agarrarlo para que no me
matase. Uno de ellos era Fali. 'Anda que…', me soltó el
susodicho, echándome en cara con esas dos palabras que era un
estrecho, que había echado por tierra su buen hacer y que me
merecía un par de hostias del danés. El resto de los días en
el hotel mi tío y yo los pasamos acojonados y evitando a toda
costa cruzarnos con ellos. Lo conseguimos. No los vimos más.
Ni a Fali tampoco".
"Mi amiga vació un matamosquitos entero en la
habitación, algo que nos habían dicho que era peligroso
hacer en mitad del Serengeti. Acabamos en la sala de
descanso del personal del hotel mientras los trabajadores
nos miraban con cara de 'ya estamos con los turistas".
Carmen (periodista, 35 años). "En 2015 fuimos a una
tienda de campaña/hotel (de estos rollo luna de miel que por
fuera es tienda de campaña pero dentro tiene cama y baño)
dentro del parque del Serengeti, en Tanzania. Viajé con seis
amigas y compartí tienda con dos de ellas. La primera noche,
cuando nos fuimos a dormir, mi amiga Lucía vio un mosquito
dentro y no se le ocurrió otra cosa que coger el matamosquitos
que nos dejaron en la habitación solo para usarlo con
moderación y nunca después de que el servicio de habitaciones
hubiese dejado lista la habitación para dormir (ellos ya
echaban unos líquidos y ponían mosquiteras para dormir). Pero
a mi amiga se le fue la cabeza y vació todo el matamosquitos
por la tienda de campaña. Mi otra amiga y yo le dijimos que
nos estaban empezando a picar los ojos y la garganta pero nos
ignoró y nos dijo que nos fuéramos a dormir y que dejáramos de
exagerar. Así que nos metimos en la cama, apagamos la luz y a
los cinco minutos estábamos tosiendo sin parar y con
lagrimones en los ojos. Entonces empezamos a ponernos
nerviosas y Lucía decide que lo mejor es abrir la puerta de la
tienda para que corra el aire. Al hacerlo vemos que hay un
conejo del tamaño del Serengeti mirando fijamente la tienda de
campaña. Entre el conejito y que los del hotel nos habían
dicho que en ningún momento saliésemos de la tienda de campaña
por la noche, nos vimos en la obligación de hacer uso del
walkie talkie que nos dieron por si nos pasaba algo y teníamos
que llamar a recepción. En seguida aparecieron dos tíos con
dos escopetas. Al vernos con medio cuerpo dentro de la tienda
y el otro medio fuera nos preguntaron si pasaba algo. Pero
antes de que dijésemos nada, avanzaron hacia nosotras y
empezaron a hacer el típico gesto de 'aquí apesta a
matamosquitos' poniendo cara de 'turistas'. Tuvimos que
explicarles que mi amiga la había liado y nos contestaron que
tenían que desmontar la tienda entera para ventilar. Como el
hotel estaba completo nos llevaron a la sala de descanso del
personal del hotel a esperar durante dos horas allí a que se
fuese el olor mientras los del hotel nos miraban en plan
'menudas idiotas', y todo esto en pijama".
"A uno de mis amigos se le habían caído por la
ventana las gafas sobre el logo del hotel y había intentado
encaramarse a este para recuperarlas". Daniel (músico, 32
años). "El verano de 2007 el grupo de unos amigos
iba a tocar a Granada. Por aquél entonces que alguno tocásemos
fuera de Madrid era un verdadero acontecimiento así que se
formó un pequeño séquito de entusiastas para acompañarles. Yo
estaba en los primeros años de universidad y no tenía dinero
para pagar el viaje pero unos amigos me ofrecieron llevarme en
su coche y parecía la mejor manera de empezar el verano. Ya
vería donde dormiría. Estaba la posibilidad de colarme en una
de las habitaciones de la gente con la que iba y dormir donde
fuera o si no el amigo de un amigo vivía en Granada y
probablemente pudiera hacerme un hueco en el sofá. Llegamos a
Granada el viernes y el grupo no tocaba hasta el sábado así
que decidimos salir de fiesta. La noche se alargó más de lo
recomendable y fuimos volviendo desperdigados a lo largo de la
madrugada. Mis amigos se habían marchado un par de horas antes
que yo asegurándome que dejarían la llave de la habitación del
hotel por fuera para que yo pudiera entrar. Al llegar la llave
no estaba por ningún sitio por lo que supuse que se habían
olvidado de mí y empecé tocar la puerta. Primero con suavidad,
después más insistentemente. Mi percepción estaba algo
alterada y aunque yo pensaba que estaba siendo cuidadoso los
vecinos del resto de habitaciones del pasillo no debieron
pensar lo mismo y fueron saliendo por turnos. La estampa debía
ser bastante impactante pues ahí estaba yo con mis gafas de
sol explicándoles que no tenía otra opción en la vida salvo
seguir tocando esa puerta hasta que los que estaban dentro
despertaran. El encargado de seguridad subió. Estaba teniendo
una noche agitada pues aunque yo aún no lo sabía, a uno de mis
amigos se le habían caído por la ventana las gafas sobre el logo del hotel y
había intentado encaramarse a este para recuperarlas. Este
señor, que era un profesional, me preguntó qué pasaba. Le
expliqué como pude la situación que me dejaba sin más opción
que llamar y llamar sin remedio hasta que me interrumpió para
indicarme que la tarjeta llave llevaba todo el tiempo a mis
pies la cual recogí con el mayor decoro que pude y le dí las
gracias. A la mañana siguiente nadie sabía donde meterse. Los
chicos de otra habitación además estaban muy preocupados
porque se habían roto varios azulejos del cuarto de baño.
Según su relato en una especie de 'fenómeno paranormal' que
también había ocurrido aquella madrugada y por el cual los
azulejos les habían despertado al caerse solos. Nadie tenía
valor para informar al hotel. Y desde luego la explicación de
mis amigos era poco creíble. Cuál sería nuestra sorpresa al
día siguiente cuando mi amigo Juan que estaba tomando café nos
llamó señalando el periódico de esa mañana. 'Ese sábado a las
7:14 AM un terremoto había sacudido la ciudad de Granada'. A
día de hoy todavía me pregunto si el titular se refería a
nosotros".
"Me escondí en el pasillo de mi planta para darle un
susto a una amiga, lo típico que haces que tienes una
pistola en la mano y sales del escondite gritando '¡Quieta o
disparo'... Y cuando salí para dar el susto la que recibió
mis gritos fue una residente del hotel que no conocía".
Alberto (publicista, 38 años). "Estábamos en un
hotel en Cádiz y nos juntábamos mucha gente joven de
diferentes ciudades que no nos conocíamos. En un momento dado
me escondí en el pasillo de mi planta para darle un susto a
una amiga, lo típico que haces que tienes una pistola en la
mano y sales del escondite gritando '¡Quieta o disparo'...
Escuché los pasos, yo ahí creyéndome policía, y cuando salgo
para dar el susto todo flipado era una residente del hotel que
no conocía. Pegó tal grito que salieron varios de otras
habitaciones a ver qué pasaba. Pedí perdón sesenta veces
diciendo que esperaba a otra persona, y tuve la suerte de que
no se lo tomó mal. Cuando la veía en el comedor me hacía de
broma el gesto con la mano de que me iba a dar, y yo muerto de
vergüenza".
"En la primera noche de hospedaje me desperté con un
dolor horrible. Rápido telefoneé a recepción para que
avisaran a una ambulancia y lo siguiente que recuerdo es
despertarme lleno de cables y con un doctor en
escafandra". Diego (músico, 38 años). "En el año
2005, en plena era pre Whatsapp, decidí continuar con mi
afición a los viajes en solitario, la cual venía practicando
desde hacía unos años. Compraba un billete solo de ida y al
llegar a mi destino era precisamente el destino el que decidía
mi camino. En este caso había quedado con una amiga en Oslo, y
para darle algo de acción al viaje, decidí tomar un avión a
Copenhague, para ir subiendo en tren hasta Noruega. En mi
segunda parada, en la ciudad de Malmö busqué un hotel y en la
primera noche de hospedaje, me desperté con un dolor horrible.
Rápido telefoneé a recepción para que avisaran a una
ambulancia. Lo siguiente que recuerdo es despertarme en un
hospital lleno de cables y con un doctor en escafandra
haciéndome preguntas, ya que por lo visto había un virus en el
norte de África, algo que no entendía qué tenía que ver
conmigo. Tras un montón de pruebas me diagnosticaron una
infección de riñón y me tuvieron tres días ingresado. Aprendí
entonces que los viajes hay que hacerlos acompañado. Aunque
los médicos y médicas suecos me trataron estupendamente,
cuánto echaba de menos una voz amiga con la que compartir ese
viaje interrumpido. No he vuelto nunca a viajar solo".
"En el gimnasio del hotel me subía una cinta de
correr en la que marqué una velocidad de 12 kilómetros por hora. No lo sabía,
pero la máquina no está en kilómetros, estaba en millas.
Aquello iba a una velocidad endiablada y yo me ahogaba. Al
final decidí saltar y aterricé sobre un suelo de caucho.
La fricción hizo que toda mi pierna izquierda quedara
lijada hasta el punto de que asomaba un hueso". Xavi
(periodista, 48 años). "Estábamos en un hotel en Marina del Rey, en
Los Ángeles. Recuerdo que me habían mandado a entrevistar a
Beck y decidí quedarme con mi pareja de entonces una semana
más en la ciudad. Al segundo día, antes de cenar, me bajé al
gimnasio a hacer un poco de cinta. Entro y hay
dos máquinas. Una libre, otra con un señor. Me monto y subo
la velocidad hasta 12 kilómetros por hora. Pero, claro, la
máquina no está en kilómetros, está en malditas millas.
Aquello va a una velocidad endiablada y yo me ahogo, no
alcanzo a darle al botón de Stop, ni puedo poner los pies en
los costados de la cinta porque mis piernas son como un
dibujo animado de la Hannah Barbera. Al final, no me
pregunten por qué, decido saltar. Aterrizo sobre un suelo de
caucho y la fricción hace que toda mi pierna izquierda quede
lijada, hasta el punto de que se asoma un hueso. No hay
piel. Sangrando como alguien de quien van a hacer morcillas,
llego a la habitación. Mi chica casi se desmaya. Me hace un
torniquete con una toalla y, como no habla inglés, bajo de
esta guisa a recepción a pedir ayuda médica. Allí me rodean
seis empleados. No hay médico en el hotel. No van a llamar a
ninguno. Solo quieren saber si me caí o se averió la
máquina. A la cuarta, intuyo que lo único que temen es que
les demande. Les digo que no voy a hacerlo. Me dan tres
gasas del tamaño de una mano. Subo a la habitación. Me curo
como puedo y me duermo. Por la mañana, las sábanas están
llenas de sangre, como si hubiese tenido lugar un ritual
satánico. Cada vez que veo ese hueso que asoma me mareo.
Pero, cojones, a las 8 de la mañana juega España contra
Suecia y esa Eurocopa parece que se puede ganar. Me pongo el
partido, aunque veo unos 40 jugadores en el campo. En el
último minuto marca Villa. Necesito un cigarrillo para
celebrarlo. Abro la ventana el palmo que puedo y fumo por
esa rendija. Al cabo de un minuto llaman a la puerta. Es uno
de los de seguridad que ayer estaba en el lobby. “Fumar en la habitación son 200 dólares de
multa”, me dice. Me encojo de hombros rodeado de un
olor a Camel del tipo ‘vamos a
aprovechar para ahumar un pastrami’. “No te
demandaremos”, me dice. Me
guiña un ojo. “Cuídate esa
pierna. Que te la vea un médico”. Y se va. Dejamos el hotel en unas horas.
Más de diez años después aún no me ha visto esa herida
ningún médico, pero yo me la sigo viendo cada mañana".
"Una noche
de tormenta, estaba yo durmiendo como una ceporra, me
giré en la cama y me desperté de repente porque me caía
agua en la cara. Encendí la luz y
vi que salía un chorrito de agua de la pared".
Lucía (agrónoma, 40 años).
"Hace años, por temas de trabajo, tenía que pasar semanas en
un pueblo de Jaén y me alojaba en un hotel pequeñito del
pueblo (el único que había). Era bastante cutre, de esos en
los que la tele está encima del armario, pero yo estaba a
gusto y además los dueños eran monísimos y me cuidaban un
montón. Una noche de tormenta, estaba yo durmiendo como una
ceporra, me giré en la cama y me desperté de repente porque
me caía agua en la cara. Encendí la luz y vi que salía un
chorrito de agua de la pared. Como estaba fritísima (eran
las tres de la mañana), al principio miré por la ventana por
si llovía tanto que el agua estaba atravesando la pared a
presión. Cuando lo descarté, mi primera reacción fue apartar
la cama, subir la maleta del suelo a una silla, y volverme a
acostar, en plan “que salga el sol por Antequera y mañana ya
veremos”. Menos mal que a los cinco minutos rectifiqué y
llamé a recepción, porque no me quiero imaginar cómo hubiese
amanecido... Por cierto, la cuestión era que había reventado
una tubería...".
"Por la noche empezó a sonar el teléfono de la
habitación y nos dio tal susto que ni contesté, directamente
lo desenchufe. Pero el susto real vino cuando el teléfono
siguió sonando aún estando desenchufado". Andrés (periodista
y consultor de comunicación y marketing, 32 años).
"En París, haciendo un reportaje sobre hoteles históricos con
una compañera, en uno de los hoteles donde nos quedamos nos
pasaron una serie de catastróficas desdichas y llegamos a
pasar miedo. Estábamos alojados en una suite estupenda con
varias estancias y habitaciones. La 'pesadilla' empezó cuando
nos fuimos a acostar y se encendió la luz del cuarto de baño.
Como todo iba por domótica en el hotel deduje que, aunque
nunca suelen fallar estos sistemas, tendría que ver con eso y
me levanté a apagar la luz. Pero nada más meterme en la cama
volvió a encenderse la luz del baño más la de alguna otra
estancia. Volvía a apagarlas y en ese momento oímos cómo
alguien llamaba a la puerta y entraba en la suite. Nos
empezamos a poner histéricos así que nos levantamos pero nos
vimos nada. Nos volvimos a acostar y se encendieron las luces
de todas las estancias. En medio de nuestros gritos empezó a
sonar el teléfono de la habitación, que nos dio tal susto que
ni contesté, directamente lo desenchufe y el teléfono seguía
sonando desenchufado. No sé cómo conseguimos dormir esa noche.
Cuando lo comentamos al día siguiente en el hotel creo que nos
siguieron la corriente contándonos alguna historia del edificio y no nos
tomaron muy en serio".
"Empezó a sonar la alarma de incendios mientras el
chico coreano con el que compartíamos habitación nos
enseñaba las fotos que había hecho en el carnaval de Notting
Hill. Se me puso cara de "vamos a morir todos" mientras
trataba de decirle que dejara el maldito portátil y saliera
por patas de allí. No quiso hacernos caso y se quedó sentado
en la cama". Marta (ingeniera, 30 años). "En 2008
pasé fui a Londres de viaje con cuatro amigos más y nos
alojamos en un albergue juvenil donde compartíamos habitación
con un desconocido que resultó ser un coreano súper simpático
pero con el que era imposible comunicarse porque no hablaba ni
una palabra de inglés. La última noche que pasamos allí, a eso
de las nueve, empezó a sonar la alarma de incendios mientras
el chico coreano estaba enseñándonos las fotos que había hecho
en el carnaval de Notting Hill. El tío no paraba de enseñarnos
fotos mientras yo, con cara de "vamos a morir todos", trataba
de decirle que dejara el maldito portátil y saliera por patas
de allí. No quiso hacernos caso y se quedó sentado en la cama
mientras el resto nos íbamos corriendo. Ya en la calle me
acerqué a uno de los responsables del albergue a decirle que
si el edificio iba a arder en nuestra habitación había un
coreano que se negaba a salir. Empezó a partirse de risa y me
dijo que esa noche no iba a arder nadie. Nunca conseguí
enterar de por qué nos desalojaron porque no era un simulacro
pero tampoco un incendio".
"Cuando mi novia abrió la ducha de la piscina, tras
unos segundos de demora e incertidumbre, un buen aspersor de
lo que parecía agua oxidada marrón la pintó de arriba a bajo
desde la boca hasta los pies. Puso una cara de horror y un
gesto de desesperación parecido al de la película Carrie
que contribuyó a que todo el mundo se escandalizara". Albert
(músico y cicloviajero nómada). "En un hotel
flotante, durante un crucero, terminada la temporada, ya en
otoño, salió un día de sol pero de mar agitado y fresquito. A
mi pareja se le antojó bañarse en la piscina de cubierta. Ya pintaba mala
idea por el bailoteo del agua y mientras se dirigía a la ducha
todo el mundo la miraba en plan '¿y esta? ¿se va a bañar en
esta época y en esa agua que se ve pasadita?' No hizo falta ni
que se metiera en la piscina para que llegara el drama. Cuando
abrió la ducha, tras unos segundos de demora e incertidumbre,
un buen aspersor de lo que parecía agua oxidada marrón caca la
pintó de arriba a bajo desde la boca hasta los pies. Puso una
cara de horror y un gesto de desesperación parecido al de la
película Carrie que contribuyó a que todo el mundo
se escandalizara y posteriormente se riese de ella desde la
distancia. Mientras a mi me tragaba la tierra, bueno, el mar".
"Pregunté en la recepción de mi hotel de cinco
estrellas si podía salir a pasear tranquilamente por Moscú o
si había alguna zona que debía evitar. El conserje me
respondió preguntándome si yo era homosexual". Toni
(periodista especializado en cine y autor del libro Mata
a tus ídolos, 49 años). "Cuando estuve en
Moscú era la pascua de la marina y ese día no se vende alcohol
en la ciudad. Lo que hacen los marinos rusos es comprar mucho
alcohol el día de antes y enterrarlo en los parques donde se
lo beben y se ponen finos. Me habían avisado de que se montan
unas de flipar y decidí preguntar en la recepción de mi hotel
de cinco estrellas si podía salir a pasear tranquilamente por
Moscú o había alguna zona que debía evitar. El conserje me
respondió preguntándome si yo era homosexual. No entendí nada
así que le pregunté que a qué venía eso. "Si es usted
homosexual le diría que no se pasee por este barrio y este
otro", me dijo. Atónito le pregunté: "¿Alguna cosa más?". "Si
fuera negro le diría que se quede en la habitación", me
respondió el tío.
Etiquetas: Surrealismo cotidiano
Lo leí hace muchísimos años, proveniente de la agencia Notimex - concretamente, del 12 de abril de 2014-. Tranquilos, que el bebé fue absuelto :-).
Un tribunal en Pakistán retiró los cargos contra un bebé acusado
de intento de homicidio, mientras a los otros integrantes de su
familia se les seguirá el juicio, informó hoy el abogado defensor
Irfan Tarar.
Pese a su edad, apenas nueve meses, Musa Khan compareció en la
corte en Lahore por segunda ocasión para afrontar los cargos de
intentar matar a oficiales de policía durante una disputa por el
suministro de electricidad y gas.
El caso puso de manifiesto el disfuncional sistema de justicia
penal paquistaní, donde incluso los niños no son inmunes a las
decisiones legales.
El menor fue llevado a la corte el viernes pasado como parte de
una investigación relacionada con un incidente en el que los
residentes de su barrio se enfrentaron con la policía.
El bebé Musa Khan apareció en la corte en la ciudad de Lahore,
sentado en el regazo de su abuelo y con una botella de leche.
Khan y sus familiares adultos fueron acusados este mes de intento
de asesinato de un policía, después de que se enfrentaron con
elementos del orden cuando trabajadores de una compañía de gas
trataron de desconectar el servicio por falta de pago.
La policía registró un caso en contra de toda la familia, por lo
cual se incluyó al menor. El abuelo del bebé, Muhammad Yasin, y
sus tres hijos todavía enfrentarán los cargos.
La acusación que recae sobre el niño Musa Khan es la de lanzar
piedras contra un equipo de la compañía del gas, que llegó a su
casa a inspeccionar el suministro.
Musa vive en el humilde barrio de la ciudad paquistaní de Lahore,
desde donde los operarios fueron recibidos a pedradas cuando se
dispusieron desconectar el suministro de gas.
Las imágenes tomadas en una audiencia de la corte cuando al pequeño
se le tomaban las huellas digitales, mientras el bebé rompía en
llanto, provocaron la burla generalizada, mientras funcionarios
provinciales pidieron una investigación por la anomalía.
Etiquetas: Cosas veredes
(Prometo que no me lo invento. Este artículo lo publicó Miguel Ayuso en El Confidencial del 8 de septiembre de 2014)
Tras una ruptura es normal que alguna de las partes pase por un
mal momento y trate de recuperar el contacto de su ex. Por
desgracia, las investigaciones psicológicas sugieren que las
exparejas tienen por lo general relaciones de amistad de peor
calidad que los amigos de sexos opuestos que nunca han salido
juntos. Y esto es especialmente cierto cuando el noviazgo ha
finalizado de forma traumática o la ruptura no ha sido
mutua. Pero, si ya es una mala idea tratar de retomar el
contacto con tu ex nada más dejarlo, pero es tratar de
hacerlo cuando la otra persona no quiere verte ni en pintura.
A eso no se le llama “ser pesado”, se le llama “acoso”.
Según ha sabido AFP, un hombre francés de 33 años ha
sido condenado a pasar 10 meses en prisión (aunque al final sólo
estará cuatro) por llamar y escribir a su ex 21.807 veces.
En la corte de Lyon el acusado reconoció que su
comportamiento había sido estúpido, pero trato de
explicar que, si fue tan pesado con su ex, fue porque le debía
algo por haber arreglado su apartamento: “Entonces mi lógica era
que hasta que no me devolviera el dinero o al menos me diera las
gracias no iba a dejar de llamarla”.
Durante 10 meses, el acosador hizo una media de 73 llamadas al día a
su ex. “Ella trató de bloquear su línea, pero cuando lo
hizo empezó a llamar a sus padres y al trabajo”, ha
explicado en el juicio Manuella Spee, abogada de
la víctima, una profesora de 32 años.
Hasta que ella no le dio las gracias por arreglar su
apartamento, durante un encuentro con un mediador, su ex no dejo
de llamarla. Desde entonces no han vuelto a hablar,
pero el hombre, que está ahora mismo bajo tratamiento
psiquiátrico, tendrá que pagar por sus actos: una multa de 1.000
euros y cuatro meses de prisión.
“Me digo a mi mismo, en retrospectiva, que fui un estúpido”, ha
reconocido el acusado ante el juzgado. Pero, aunque desconocemos
la historia, quizás su ex tampoco actúo de la manera más
inteligente. Aunque no todos los casos de rupturas traumáticas
acaban como este, hay que saber marcar los límites desde
el principio para que no exista la posibilidad de que
nos ocurra algo así.
Quizás no tienes ninguna intención de ser amigo de tu ex, pero
como él se empeña, acabas cediendo. Pero esto sólo empeorará las
cosas. Si no quieres ver a tu expareja, por la razón que sea,
házselo saber, aunque le duela, lo contrario os hará daño a ambos.
Si ella sigue sin entender que no quieres verle, y empieza a
incurrir en comportamientos cercanos al acoso, busca ayuda en tu
familia y amigos, y si la cosa se pone fea, acude a las
autoridades. La ira, los celos, la obsesión, y la
necesidad de control preceden al acoso: ten mucho cuidado si tu
expareja se comporta de este modo. Y aléjate de ella.
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